A un año de la “final” contra México en Qatar: cómo se vivió en la tribuna uno de los goles de Argentina más gritados en la historia de los Mundiales
“Ohhh, Argentina vamos, ponga huevo, que ganamos”. Van 63 minutos del partido entre Argentina y México por la segunda fecha del Grupo C del Mundial de Qatar y el cero no se quiebra. Es más, al equipo de Lionel Scaloni, que perdió en el debut contra Arabia Saudita, le cuesta horrores generarle peligro al discreto y cuestionado elenco del Tata Martino. Apenas un par de balones aéreos y un tiro libre de Lionel Messi desviado casi ni inquietaron al Memo Ochoa en el arco. Los mexicanos se abrazan al empate porque saben que si le ganan en la última a los saudíes estarán en octavos de final. El público argentino, minoría en el estadio Lusail, pero mejor organizado que en el estreno, se hace sentir. Y justo allí llegó el estallido.
Messi agarra la pelota como número 8, combina con Enzo Fernández y ensaya un breve arranque. Cuando el balón va para Di María, recostado como extremo derecho, el 10 deambula y trata de pasar desapercibido frente a las marcas de camisetas verdes que lo asfixiaron más de una hora. Como al Fideo tampoco hay que descuidarlo, todas las miradas rivales se fijan en él. En esa fracción de segundo, los rosarinos se conectan por telepatía y Héctor Herrera le da un metro de más a Lionel, que cuando controla la pelota ya sabe que va a desenfundar un zurdazo mortífero que hará estéril la volada de Ochoa.
Es difícil de describir, pero los presentes en Lusail darán cuenta de lo condensado que estaba el aire entre casi 90 mil personas que podían llegar a ver en vivo la caída del reinado de Messi en la historia del fútbol. Pero Leo se rebeló, una vez más, e hizo desahogar a millones de argentinos que tenían el corazón en la boca y se empezaban a resignar con la idea de marchar en primera ronda. “No los vamos a dejar tirados”, había dicho el capitán. Y cumplió con su promesa en el que fue, sin lugar a dudas, el momento más crítico de Argentina en la Copa. El de Burruchaga a Alemania en el 86, el de Caniggia a Brasil en el 90, el de Maxi Rodríguez a México en 2006 y el de Palermo a Perú por las Eliminatorias 2010 componían hasta ese día, para muchos, el ranking de tantos más gritados por el público. Desde hace un año, se formó un quinteto.
Ya en el primer tiempo, los fanáticos argentinos que habían armado una especie de barrabrava detrás del arco que defendió en esa etapa el Dibu Martínez, trataron de avispar a sus jugadores: “Movete, Argentina, movete; movete, dejá de joder; que esta hinchada está loca, hoy no podemos perder”. Entre Albicelestes y Verdes volaron algunas trompadas en diferentes sectores. En la previa, un grueso de hinchas había saltado algunos molinetes con el Patovica de la Selección como líder: todos tenían entrada, aunque en otros sectores, pero la idea era reunirse en una misma tribuna para hacerse sentir, algo que había faltado en el debut contra los árabes y fue cuestionado a la distancia.
Justo antes de ser reemplazado por Julián Álvarez, Lautaro Martínez arengó a los simpatizantes a que activaran las gargantas, como si se tratara de una premonición. El Toro salió instantes antes del gol de Messi. Si bien México no generaba peligro, quedaba un buen rato para que culminara el cotejo y Argentina no lo había liquidado. Llegó un córner a favor en el que Rodrigo De Paul, que recibió algún murmullo por la cantidad de balones perdidos, tomó el esférico para la ejecución y se dirigió hacia los hinchas que tenía de frente: “¡Vamos ahora la concha de la lora!”. Nuevamente explotó la cabecera al grito de “Vamo’, vamo’ Selección, hoy te vinimo’ a alentar, para ser campeón, hoy hay que ganar”. El exabrupto no hizo más que pintar al 7 argentino como lo que es: un hincha más dentro de la cancha.
Enzo Fernández hizo que el sufrimiento llegara a su fin con una extraordinaria conquista y la historia quedó sellada. Otra vez Argentina se impuso ante México en una cita mundialista y, aunque esta vez no fue por eliminatoria directa como en 2006 y 2010 (ambos en octavos de final), lo dejó al borde del abismo. Envalentonados, los fanáticos albicelestes se soltaron con un cántico hiriente contra sus rivales de turno: “Vamos, vamos Argentina, vamos, vamos a ganar, que nacieron hijos nuestros, hijos nuestros morirán”.
El final feliz tuvo de todo. Revoleo de camisetas, como en los mejores capítulos mundialistas, con futbolistas y simpatizantes unidos en una misma canción y ademán: “Cada día te quiero más, soy argentino, es un sentimiento, no puedo parar”. Enzo, emocionado. Di María tiró la camiseta a la tribuna. Leo Messi, de fiesta como si se tratara de su primer Mundial. Dibu, con el rostro transformado como queriendo saltar las vallas publicitarias para abrazarse con cada argentino que estaba del otro lado. Luego de que los jugadores se perdieran en el túnel camino al vestuario (allí desataron su propia celebración íntima), miles de argentinos permanecieron en una de las tribunas durante casi una hora delirando con el 2-0 a favor.
Los efectivos de seguridad tuvieron que insistir hasta el hartazgo para que desalojaran el sector que tenía asientos pero había sido convertido en popular. Fueron 50 minutos de súplicas a los Albicelestes, que cerca de la 1 de la mañana en Doha todavía permanecían saltando, cantando y desahogándose después de tantas horas y días de sufrimiento. El equipo de Scaloni renacía y quedaba a un triunfo -ante Polonia- de sellar su pase de ronda en la Copa del Mundo. Aquel 26/11 se registró la mayor asistencia de público en Mundiales desde la final de Estados Unidos 1994 entre Brasil e Italia, cuando 94.194 personas colmaron el estadio Rose Bowl de Los Ángeles. Y, además, el recuerdo del que será recordado como uno de los goles más gritados de Argentina en Copas del Mundo.